Introducción
Una elección es una competencia por el poder legítimo que puede ser descrita como no violenta y dirimida dentro de un foro político. En este contexto, es importante reconocer que las elecciones no evitan la confrontación, sino que implican su administración y contención dentro de límites aceptados.

En la práctica, la garantía de condiciones de seguridad durante el proceso electoral es esencial para preservar la confianza y el compromiso de los contendientes con la elección. Consecuentemente, la seguridad es tanto parte integral del objetivo de una elección como una parte inseparable del proceso electoral mismo.
No hay modelo único de democracia o de elecciones que sea aplicable a todos los países. Cada elección es única y está determinada no sólo por las reglas electorales, sino además por los valores sociales, la política, la religión, la historia y la cultura. De la misma forma, la seguridad de una elección es única en lo que concierne a las circunstancias bajo las que se desarrolla. Lo que está en juego es diferente para cada elección –incluso si se celebra periódicamente en el mismo país- debido a las fuerzas cambiantes que definen el interés nacional y la correspondiente agenda política.
Al igual que en una competencia deportiva, la rivalidad entre los adversarios implica su competencia dentro de un conjunto de reglas convenidas, en las que no se permite el uso de la violencia para buscar el triunfo. Siguiendo con esta comparación, el brote de la violencia puede provocar la descalificación de los jugadores (candidatos), de los equipos (partidos políticos), la modificación de los resultados o el abandono de la competencia.
En tal virtud, el surgimiento de violencia electoral no es resultado del desarrollo del proceso, sino señal de una desviación grave de las reglas aceptadas que lo rigen.
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