Desde las primeras grandes misiones electorales
encabezadas por la ONU a finales de la década de los ochenta, la asistencia
electoral ha jugado un papel significativo, a veces hasta fundamental, en los
procesos de democratización de muchos países sometidos a transiciones
políticas. No obstante, el periodo de cambio de regímenes que siguió a la
disolución de la Unión Soviética
estuvo caracterizado por un apoyo entusiasta, y con frecuencia incondicional, a
los procesos electorales en Europa del Este y en muchos países de África
subsahariana, América Latina y Asia. Este entusiasmo por las elecciones se
extendió a pesar de que la asistencia internacional estuvo en muchas ocasiones
sin coordinación, que se promovieron sistemas electorales y modelos de
procedimientos inapropiados o insostenibles, y que en algunas ocasiones en
realidad sirvieron para reciclar a antiguos caudillos en líderes legítimamente
electos.
Las agencias de cooperación para el desarrollo
frecuentemente otorgaron contribuciones financieras notables para eventos
electorales particulares (generalmente a petición del país interesado). El
apoyo para procesos electorales apresurados y costosos, mediante instituciones
temporales y con un despliegue masivo de expertos electorales estuvo basado en
la creencia de que las elecciones rápidas podrían ser la panacea para los
problemas económicos y estructurales de los países en transición, y en cierto
modo pondrían en marcha el círculo virtuoso de la democracia en dicho. La
realidad, en cambio, fue que frecuentemente se hizo más difícil que esos países
alcanzaran sus objetivos de desarrollo a largo plazo. Al promover este tipo de
actividades, la comunidad internacional forzó a los países en transición a un
“proceso de desarrollo democrático” artificial y difícil de sostener. Si bien
estos apoyos se realizaron bajo estándares técnicos y financiamiento altos,
también impidieron que los países receptores de ayuda se beneficiaran de las
técnicas y conocimientos que les fueron presentados, y que son un componente
esencial de los proyectos de asistencia técnica.
En la conducción de las llamadas
elecciones de “segunda generación”, realizadas tras un régimen de transición,
se presentaron dos patrones. Por un lado, algunos países fueron abandonados por
la comunidad internacional en un momento crucial de su transición democrática, pues
fueron identificados de manera prematura como nación con un camino democrático
firme, o bien de baja prioridad política. Del lado opuesto, las agencias de
cooperación para el desarrollo y las instancias que prestaban asistencia se
mantuvieron atentas al rumbo tomado por ciertos países, pero empezaban desde
cero en cada proceso electoral que les era solicitada la asistencia electoral. En
ese tenor, eran las propias agencias de cooperación para el desarrollo las que se
definían las necesidades que debían ser consideradas, aunque no en todos los
casos coincidían con las prioridades que tenían los países receptores.
En ambas situaciones, las agencias de
cooperación para el desarrollo se vieron forzadas a repensar los métodos para
acercarse a los receptores de apoyo. En todo caso, la casi completa ausencia de
una coordinación correcta entre las diferentes instancias de ayuda bilateral
y/ó multilateral impactó sistemáticamente en la escasa efectividad y
sustentabilidad de los esfuerzos de asistencia electoral. Incluso si la autoridad
electoral del país que recibía la ayuda había definido claramente sus
necesidades, el interés manifestado por diferentes agencias de cooperación para
el desarrollo para “destacar” su apoyo a un evento atractivo y de alta
visibilidad, generalmente conllevó a traslapes y huecos al momento de abordar
las necesidades reales. Tradicionalmente, la capacitación de funcionarios de
las mesas receptoras del voto de corto plazo, material electoral y educación al
votante para caso, fueron las herramientas preferidas por las agencias de
cooperación para el desarrollo, a pesar de que en la mayoría de los casos estos
no eran sostenibles y tampoco producían efectos duraderos que contribuyeran al
proceso de desarrollo y construcción general de la democracia en los países
receptores de ayuda.
Con el fin de la década de los
noventa, la ola inicial de entusiasmo por apoyar procesos electorales dio paso
a un acercamiento más razonado y realista. En muchos casos, la asistencia
electoral internacional fue crucial para prevenir que hubiera una manipulación
masiva de los resultados por parte de fuerzas antidemocráticas, así como para
fortalecer la legitimidad de partidos y grupos democráticos emergentes y para
persuadir a ex-combatientes de aceptar las reglas del juego democrático. Sin
embargo, también se registraron serias decepciones respecto de las expectativas
de desarrollo de la democracia en países en donde había sido posible llevar a
cabo elecciones debido al apoyo financiero y de expertos internacionales. Esto
llevó a los principales proveedores de asistencia electoral a reconocer que la
evaluación positiva de elecciones debía estar basada en una amplia escala de
parámetros, en la que la conducción pacífica de la votación y una organización
de la elección con logística sólida eran factores visibles, pero ciertamente no
los fundamentales. Esas duras lecciones convencieron a las organizaciones que
brindaban asistencia de que “un proceso electoral exitoso es construido sobre
la legitimidad de las redes institucionales”[1] y que esas
redes están conformadas por un número de componentes cruciales e
interrelacionados. Persuadir a los tomadores de decisión de las agencias de
cooperación para el desarrollo resultó ser una tarea más difícil.
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[1] Andrew Ellis, “From Optimism
to Realism: Ten Years of Electoral Development”, in International IDEA, “Ten
Years of Supporting Democracy Worldwide”, IDEA 10th Anniversary
Publication, May 2005, page 100.