Los electores, los administradores electorales, los políticos y los analistas, tienden a sentirse cómodos con lo que les resulta familiar. Es posible que el correr de los años haya limado las aristas filosas de los sistemas establecidos. Por consiguiente, un nuevo sistema puede verse como un salto a lo desconocido y de la falta de familiaridad pueden derivarse problemas de instrumentación. Esto no se puede evitar por completo y quienes promueven el cambio no pueden cruzarse de brazos cuando se ponen en marcha los cambios legislativos. Un proceso de cambio sólo está completo con programas intensivos de información al elector que expliquen cómo funciona el nuevo sistema y con el diseño de disposiciones que faciliten su instrumentación.
Los programas más efectivos de información al elector –y a los administradores electorales- toman tiempo, por lo que resulta importante iniciarlos con la debida anticipación. Sin embargo, el tiempo a menudo es limitado para el organismo electoral que prepara una elección con un nuevo sistema. Todos los buenos negociadores utilizan el factor tiempo como un elemento de presión antes de llegar a un acuerdo final, y esto es particularmente cierto cuando el nuevo sistema es resultado de un complicado proceso de negociación entre distintos actores políticos. Un ejemplo de ello es lo ocurrido en El Salvador en 2012, cuando a escasas semanas de las elecciones legislativas la autoridad electoral no lograba ponerse de acuerdo sobre la contratación de la empresa que ejecutaría la campaña de orientación sobre cómo votar y se vio en la necesidad de firmar acuerdos con distintas organizaciones sociales con el fin de aumentar los niveles de difusión sobre la forma de votar. Por ello, un organismo electoral eficiente preparará una elección con la debida anticipación tanto como le sea posible.