El peso de la evidencia tanto en las nuevas democracias como en las ya establecidas sugiere que una consolidación democrática a largo plazo -por ejemplo, la medida en la que un régimen democrático manejos los desafíos domésticos a la estabilidad del orden político-, requiere del crecimiento y sostenimiento de partidos fuertes y efectivos. Por ello, el sistema electoral debe promover esta tendencia y no una que conduzca a la fragmentación o polarización de los partidos.
De igual manera, la mayoría de los expertos comparten la idea que el sistema debe alentar el desarrollo de partidos basados en ideologías y valores políticos amplios, así como en programas políticos específicos, y no preocupaciones étnicas, raciales o regionales. Además de disminuir los riesgos de conflictos intersociales, es más probable que los partidos que se basan en amplias convocatorias nacionales y sociales reflejen de mejor forma la opinión nacional, que aquellos basados primordialmente en inquietudes regionales o sectoriales.