La forma más común de "programación de información especial" durante campañas electorales es el debate entre candidatos. Una variante de esto es el panel de discusión.
Estos formatos especiales son poco utilizados ya que caen dentro de la programación editorial ordinaria y los espacios de acceso directo. Incluso, en algunos países la única forma de acceso directo disponible se presenta como una entrevista o debate.
Esta naturaleza inusual y combinada de "programación especial" significa que en muchos lugares donde se presentan han aparecido grupos de regulaciones especiales. Algunas veces, establecidas por ley, otras por auto-regulación y unas más por costumbre y práctica. Ver Formatos del Debate.
Los ejemplos más connotados de esta modalidad de programación han sido los debates presidenciales en los Estados Unidos, que datan del año de 1960 cuando una victoria de John F. Kennedy en un debate siempre fue vista como una estrategia para asegurar un posible triunfo sobre su contrincante, Richard Nixon, en una elección celebrada poco después (una de las peculiaridades de estos eventos es que los participantes están ansiosos por proclamar su victoria en los debates, mientras que los entendidos lo califican más como una contienda boxística. Para la audiencia no especializada no siempre queda claro quien obtuvo el triunfo.) Percibido con madurez, ahora tenemos que Nixon, con su apariencia cansada, lució derrotado y falto de confianza -un juicio que por lo menos contaba con el apoyo de la historia ulterior. Sin embargo, los que escucharon el debate por la radio pensaron que Nixon había ganado - su apariencia fue decisiva. Eso causado por lo menos en parte por el hecho de que estaba adolorido por una lesión en la rodilla.
En los Estados Unidos las reglas que rigen estos debates han evolucionado convencionalmente. No obstante, las radiodifusoras aún deben acatar la regla de iguales oportunidades hecha en el marco del Acta Federal de Comunicación. Esta estipula (entre otras cosas) que una radiodifusora puede elegir al candidato que tomará parte en el debate, pero que a los candidatos seleccionados se les deben brindar las mismas oportunidades. Efectivamente esto permite a las radiodifusoras excluir a los candidatos minoritarios en los debates, los cuales normalmente se confinan a los dos candidatos presidenciales principales: el Demócrata y el Republicano. Esto originó que en el 2000, otros dos candidatos anunciaran sus planes para tomar acción legal después de haber sido excluidos de los debates televisados.
No todos están de acuerdo en que estos debates sean una buena opción. Los principales argumentos en su contra son:
- Los debates pueden crear discordias artificiales - probablemente una consideración significativa en países que han emergido recientemente de conflictos políticos.
- Los discursos políticos llegan a ser demasiado personalizados -los debates personales subrayan la naturaleza "carrera de caballos" de las campañas políticas, mucho estilo y nada de sustancia.
- Los candidatos no estarán de acuerdo en la necesidad de un debate -pues los retadores siempre saldrán más favorecidos.
Ninguno de estos argumentos son aplastantes. No es admisible abstenerse de una vigorosa discusión solo porque el pasado terminó en violencia. Los espacios de propaganda de 20 segundos degradan la calidad del discurso político más que un largo debate en vivo.
Sin embargo, muchos países se manejan felizmente sin ellos. El debate aplica particularmente a las campañas electorales. Las campañas globales en elecciones legislativas no se ajustan a este tipo de formato, aunque a menudo ofrecerán distintas modalidades de programación especial en los cuales los candidatos principales serán cuestionados acerca de sus políticas.
A menudo los candidatos son entrevistados, algunas veces en un servicio especial formalizado. Algunas más, como en las elecciones del 2000 en Zimbabwe, las entrevistas especiales son casi la única oportunidad que tienen los partidos para hablar directamente al electorado acerca de sus políticas. En estas circunstancias es recomendable contar con una fórmula acordada, aunque normalmente esto no quedará establecido en las leyes y regulaciones. El propósito podría ser el de contar con un equilibrio de filiaciones políticas entre los periodistas que conducen la entrevista, así como un equilibrio entre los temas a tratar que no reflejen la agenda de ninguno de los demás partidos.
Con frecuencia las radiodifusoras mantendrán una línea telefónica abierta en donde el electorado puede dirigir directamente sus cuestionamientos a los políticos. Tales programas pueden presentar deficiencias -llamadas confusas, malintencionadas, malinformadas. Sin embargo también pueden ofrecer una alternativa para examinar con efectividad las políticas de los candidatos.
Ningún Primer Ministro, por ejemplo, se ha atrevido a someterse a esta modalidad de cuestionamientos desde 1983, año en que Margaret Thatcher fue interrogada con habilidad forense sobre el hundimiento británico de un barco de guerra argentino en el Atlántico Sur. La persona que llamó, Mrs. Gould de Bristol, no solamente enfureció a la Primer Ministro al exponer las inconsistencias de su explicación. También avergonzó a los periodistas profesionales cuyo trabajo era el de ser portavoz de lo dicho por el gobierno.