Puede parecer que está fuera de duda el que la participación política sea un objetivo clave de las instituciones democráticas, pero hay lugar para un legítimo desacuerdo acerca de hasta que punto la salud de una política pluralista puede ser juzgada en función del grado en que los ciudadanos realmente toman parte en actividades tales como la votación, la asistencia a reuniones políticas, la afiliación o la donación de fondos a partidos políticos, las discusiones políticas con sus vecinos, y así sucesivamente.
Asegurar oportunidades para la participación política
Por lo menos, los ciudadanos no deben ser limitados para participar en política si así lo desean.
No deben existir barreras artificiales que le nieguen el derecho al voto a ningún grupo de ciudadanos; de ahí las objeciones morales al antiguo sistema sudafricano de segregación racial, que limitaba los derechos civiles de los no-blancos. No se debe negar la ciudadanía más allá de lo razonable a miembros de grupos étnicos desfavorecidos. Las restricciones de ciudadanía para las etnias rusas en algunos de los nuevos países independientes del Báltico son un ejemplo controversial de tal negación. Otro posible ejemplo es la barrera contra la naturalización de los "trabajadores invitados" extranjeros de larga estancia en Alemania.
Aparte de los derechos civiles, a los ciudadanos no debe negárseles la oportunidad para unirse a partidos políticos. Frente a un caso memorable, la Suprema Corte de los Estados Unidos resolvió que las organizaciones del Partido Demócrata en los estados sureños (entonces) racialmente segregacionistas no estaban facultados para evitar que los negros participaran en las elecciones primarias celebradas por ese partido.
Fomentar una participación política obligatoria
De acuerdo con un enfoque, es deseable e importante para que los ciudadanos ordinarios tomen parte activa en la vida política que el estado lo fomente, e incluso los obligue a ello.
Por ejemplo, algunos países consideran que eso es vital para asegurar que una alta proporción de los electores concurran a las urnas. Consecuentemente, hacen el voto obligatorio (como en Australia). Una mecanismo alternativo para fomentar un alta participación electoral es la fijación de una regla (como en Finlandia) que permite a los electores emitir su voto antes del día de los comicios en cualquier oficina postal. Esto significa que los votantes que están planeando estar fuera de su hogar el día de la votación oficial (quizá viajando al extranjero por razones de negocios o por vacaciones) puedan votar sin ninguna complicación.
En algunos países (por ejemplo Camboya y Namibia) existe un sistema de voto provisional o sujeto a validación. Esto le permite a los votantes que se encuentran lejos de su lugar de registro el día de la elección emitir su voto en cualquier mesa de votación de otra región o pueblo.
Otras "medidas activas" para fomentar la participación incluyen las campañas de publicidad para promover el registro electoral de patrocinio público, la deduccción impositiva por donaciones a los partidos políticos, la ayuda del estado a los partidos políticos para actividades de "educación política", etc. Ver también Concesiones Fiscales y Subsidios.
Limitando la importancia de la participación política
Puede argumentarse que, una vez que se cuenta con un sistema de leyes y regulaciones que permite a los ciudadanos participar en política, no deben ser inducidos u obligados a hacerlo. Dos líneas separadas de argumentación respaldan esta conclusión.
Primero, el objetivo de la participación política necesita ser balanceado frente a otros de igual importancia, particularmente el el de evitar el fraude, ver Principios Guía. Si a los electores se les exige identificarse mostrando su pasaporte o algú otro documento oficial de identificación, esto puede disuadir a algunos electores de acudir a votar. Pero si no hay tal requisito, entonces puedeser más fácil suplantar a un elector. Los objetivos de facilitar el acceso a la mesa de votación y prevenir el fraude electoral, pueden ser contradictorios.
Segundo, esta en cuestión si el ideal democrático consiste en una copia del Agora de la antigua Atenas, o de las juntas de pueblo llevadas a cabo en algunas partes de Nueva Inglaterra (los estados del noreste de los Estados Unidos). De acuerdo a este modelo, los ciudadanos ordinarios toman parte activa en debates acerca de los asuntos cotidianos de gobierno.
Esta forma de democracia directa no solo es impráctica en la mayoría de las circunstancias modernas, también se podría argumentar que no es necesariamente deseable. Si los ciudadanos desearan permanecer en su casa mirando fútbol por televisión en lugar de atender juntas políticas, ¿qué hay de malo en ello? De acuerdo con un enfoque válido, una democracia madura no es necesariamente una donde hay un frenético activismo político. La decisión de abstenerse de votar, y de tomar parte de cualquier otra forma en actividades políticas, puede reflejar el juicio racional de un votante de que su futuro está seguro en manos del candidato que resulte ganador. Lo que es importante es el poder de reserva que conserva el elector para desbancar a un gobierno en una futura elección, si lo considera necesario.
En algunas circunstancias, el abstencionismo puede representar un acto positivo de protesta. Un experimentado observador de elecciones en Africa reportó que en las partes de ese continente, donde la democracia multipartidísta es un concepto nuevo, los votantes expresan en ocasiones su desaprobación hacia el gobierno en funciones no votando por un partido de oposición, sino dejando de votar.
Para ofrecer una comparación que ilustre este punto, la baja asistencia electoral en los Estados Unidos no es, de acuerdo con una interpretación, la prueba de la pobreza de la política sino de estabilidad. En contraste, los debates políticos activos (algunos dirán sobre-activos) en un país como Chile, pueden ser vistos como indeseables; pueden ser posiblemente un signo de una cultura política frágil y del miedo a la violencia política.