La transmisión de programas de partidos políticos, a diferencia de la
propaganda política, usualmente es descrita como "libre". Sin
embargo, todo esto significa que los partidos no pagan por el tiempo que les es
asignado. Esto deja sin respuesta dos cuestionamientos:
- ¿Quién
cubre el costo derivado de los tiempos de transmisión? y
- ¿Quién
paga por hacer el programa en sí?
En la práctica, hay dos posibles respuestas a la primera pregunta; ya sea
que la estación de radiodifusión sea quien proporcione el tiempo libre, o que
el gobierno o la autoridad electoral pueda comprar el tiempo de a compañía de
radiodifusión. Para las transmisiones de carácter público, la respuesta casi
siempre será la primera. El contrato o regulaciones que rigen a las
transmisiones públicas les solicitarán que proporcionen este servicio. En
algunos casos la obligación de un servicio público similar puede existir para
efectos de licencias de transmisión privadas. Sin embargo, en este último es
más común que un órgano de supervisión compre el tiempo a nombre de los
partidos. Esto es lo que sucede en México, por ejemplo, donde el Instituto
Federal Electoral adquiere y distribuye15 minutos de tiempo al mes en
televisión y radio para cada partido.
La segunda pregunta -quién paga por la elaboración del programa - es mucho
más complejo. Normalmente, la respuesta es el partido, aunque esto en sí puede
estar constreñido por límites legales en gastos de campaña. Los costos pueden
mantenerse en un nivel bajo mediante la utilización de los simpatizante del
partido -algunos de los más famosos directores de cine en Hollywood entre los
que destacan John Schlesinger, Hugh Hudson and Mike Newell, han realizado propaganda
políticas de los principales partidos en la Gran Bretaña (aunque en cada caso
la tarifa del director fue, probablemente, más significativo que los altos
costos de producción).
Si el partido político hace su propia propaganda electoral, esto claramente
favorece a los partidos más ricos. Esto llevó a la Autoridad Independiente de
Radiodifusión de Sudáfrica a prohibir los espacios de televisión destinados a
estos efectos en 1999, sobre la base de que los partidos más pequeños no
estaban en condiciones de hacerlo.
La solución alternativa es que las radiodifusoras pongan a disposición de
los partidos políticos una serie de facilidades. Esta solución fue la tendencia
en las primeras transmisiones de propaganda partidista, donde se crearon
límites para la grabación en estudio y una verdadera extensión de la vieja
forma de manejar la cámara. Lo anterior, ha sido traído a nuestros días por las
democracias en transición; ya que, los nuevos partidos no poseen ni los
recursos ni la experiencia como para producir sus propios programas
propagandísticos.