Si es cierto que las personas aprenden de la experiencia, y si un gran número
de personas participan en la vida política —no sólo en las sociedades democráticas
sino también, y a pesar del costo personal, en las sociedades antidemocráticas—
sin haber tenido el beneficio de la "educación cívica", entonces debe
haber otras formas en que las personas están siendo educadas. Y de hecho las hay.
El principal medio de enseñanza para la educación cívica ha sido y sigue siendo
el proceso social. Donde este proceso es vital, y donde los que participan en él
reflexionan acerca de la filosofía que hay detrás de sus luchas y de su práctica,
se desarrollan los dirigentes, los ciudadanos participan activamente y las organizaciones
se fortalecen.
Los educadores tal vez no puedan reproducir las condiciones sociales que conducen
a la organización sindical, la organización
de la comunidad
cívica, y de la política conducida por medios democráticos. Pero pueden involucrar
estos procesos sociales en formas que hacen más factible que las personas aprendan
y se desarrollen. Esto sólo se puede
hacer si los educadores están familiarizados de alguna manera con los azares de la vida política. Las organizaciones que combinan el activismo
político con servicios educacionales, u organizaciones educativas que tienen una relación con aquellos que participan en asuntos sociales,
o incluso los educadores empleados principalmente como capacitadores al
interior de las organizaciones, tienen más probabilidades de garantizar que la educación
cívica se lleve a cabo como algo
intrínseco a través de la participación
en los
asuntos públicos y cambio social, que son las mejores de todas las posibles escuelas para la democracia.
Es posible que tales escuelas puedan ser creadas a través del desarrollo prudente de foros públicos,
la vida en sociedad, y la actividad comunal.
Aunque éstos podrían surgir espontáneamente, aquellos que están en el campo de la educación cívica también pueden estimularlos como parte de su propio programa. Debates públicos
sobre asuntos de interés, por ejemplo, pueden
proporcionar una oportunidad para que el público aprenda sobre la libertad de opinión, las reglas para debatir, el manejo de controversias, y rituales para la toma de decisiones, a pesar
de que los que asisten no perciban ningún propósito educativo.
La participación como
educación
En primer lugar,
los educadores se regocijarán por
el hecho de que los ciudadanos participen en la vida pública y de la comunidad,
sin importar cuál sea el
tema que los motive. Tan sólo la participación puede mejorar la comprensión
de la gente sobre la vida política, pero sin un componente educativo y de reflexión
en su activismo, esa comprensión puede ser limitada e inclusive errónea. El papel
del educador con respecto a la participación en actividades políticas o cívicas
es doble:
- aumentar la
capacidad de la gente para participar en esa actividad política o cívica; y,
- desarrollar formas en que estas mismas personas puedan reflexionar y aprender de la
experiencia de la actividad política o cívica.
Por supuesto, no hay garantía de que el resultado de la participación de
los ciudadanos sea constructivo. Parece haber una serie de casos en los que las
personas se desilusionan y deciden usar medios violentos y no democráticos para obtener sus fines
políticos. En otros casos, las personas simplemente capitulan. Sin embargo, la evidencia
sugiere que es posible para las personas comprometerse con los principios de la
democracia y, aún en circunstancias en que no hay apoyo de la sociedad para este
compromiso, participar en una actividad que aumenta su eficacia
a medida que pasa el tiempo.
Este ha sido el caso en muchos países donde los movimientos sociales, a
través de una confluencia de fuerzas no completamente de su propia creación, han establecido culturas de democracia y participación pública,
que son generalmente admiradas. Estas culturas, sin embargo, no son necesariamente
transportables, y las lecciones aprendidas en una sociedad sobre la manera de conseguir
la democracia no siempre puede acomodarse en un país donde hay una constitución democrática, pero la buena gobernabilidad
es el asunto de mayor interés.
El principio
de animar a las personas a trabajar en conjunto para conseguir apoyo para su
causa en un grupo distinto de socios potenciales y para elaborar códigos de
conducta y de toma de decisiones que sean fundamentalmente democráticos, para
entonces involucrar a quienes pudieran apoyar o inhibir el logro de sus
objetivos sociales, contribuye a desarrollar tanto la virtud como el activismo
políticos.
Campañas de educación
pública
La mayoría de los países realizan campañas de educación pública que se ocupan
de asuntos de género o de salud,
del cuidado y uso del agua, del medio ambiente, del aseo de la ciudad, tabaco y otras. Estas campañas utilizan
a veces los principios esbozados en Principios de
la educación pública, pero no tienen necesariamente la intención primordial de promover la educación cívica per se.
Es difícil entender, sin embargo, cómo una campaña de educación pública
puede no apoyar la educación cívica. Cuando se involucra la coordinación y la armonización
de grandes grupos de ciudadanos, las organizaciones de la sociedad civil, o educadores,
se está ya trabajando en el
desarrollo de aptitudes cívicas. Cuando se
preparan los mensajes, no se puede evitar el trato de asuntos de virtud cívica y responsabilidad ciudadana. Cuando
se establecen los argumentos del caso, no se puede sino tratar cuestiones sociales
y de organización social.
Los educadores comprometidos con los programas de apoyo a la democracia
utilizarán campañas públicas de educación para hacer llegar mensajes cívicos y asegurar
que adopten una visión más amplia. Por lo menos, se debe garantizar el que se
puedan orientar los recursos de dichas campañas de forma tal manera que reduzcan
la carga en los presupuestos de educación puramente cívica.
Por lo tanto, los educadores deberían identificar esas campañas y negociar
las formas en que puedan hacer la labor de educación cívica. Para lograr esto, será útil el que los educadores cívicos estén
conscientes de la importancia de la participación de todos para el éxito de la educación
pública, y de la relevancia de las aptitudes y el entendimiento políticos para el
desarrollo de un entorno dentro del cual la campaña pueda tener éxito.
Momentos de transición
Hay momentos en la historia de un país cuando el cambio es evidente. En
esos momentos, la gente es más receptiva a los debates de la vida pública y de la
participación política. Es probable que estén involucrados, o por lo menos preocupados por dicha situación, y es probable que expresen
la necesidad de contar con educación, concientización o información. Esos momentos son raros, pero cuando ocurren
le proporcionan al educador una oportunidad tangible.
Tal vez el momento de transición más regular en toda democracia es la elección, sobre todo la elección
en la que parezca probable que se producirá un cambio de gobierno. Esos momentos
son tal vez la razón principal por la cual la educación electoral, a diferencia de la educación cívica, parezca tener la mayor parte de la atención y apoyos internacional
y nacional. Pero en realidad, lo que ocurre es que la elección proporciona una excusa
(y muy buena) para la educación cívica. Los asuntos de la elección y las decisiones que se tienen que tomar son palpables, el discurso público es mayor, y las oportunidades
para la educación, sobre todo a nivel informal, más
patentes.
Hay otros momentos, sin embargo, que los educadores deben ser capaces
de reconocer y de aprovecharlos. En los países grandes, donde la cuestión nacional
de la democracia constitucional ya
ha sido
resuelta, estos momentos pueden
ser más fáciles de encontrar en el ámbito local. Y no es de extrañar que la educación cívica esté cada vez más vinculada a cuestiones de democracia y gobierno local. Por otro lado, puede ser que,
además de los gobiernos locales, los
gobiernos
regionales o las asociaciones económicas proporcionen la próxima meta de transición de la educación cívica para muchos
países.
Labor pública
Hay un número creciente de experimentos, particularmente en las universidades,
pero también en algunos sistemas de educación y en escuelas individuales, para desarrollar programas
de apoyo para el aprendizaje. Estos son normalmente
diseñados como una combinación de enseñanza en aula y de actividad voluntaria en organizaciones de servicios y de asistencia
social. Dado que los que participan son estudiantes a tiempo completo supeditados
a las necesidades del año educativo, las opciones de servicio ofrecidas, de las
que se pretende sacar lecciones tienden a ser esporádicas y periódicas, organizadas
no por los estudiantes, sino por la institución educativa y la institución receptora.
Con la movilidad creciente de los jóvenes, especialmente en el hemisferio norte, el voluntariado durante las vacaciones se ha convertido
en una actividad a gran escala, y estos
programas de prácticas, de voluntarios y de becas van involucrando cada vez más a los jóvenes en el trabajo para el desarrollo y de servicio social, a menudo, pero no siempre, en un país en vías de desarrollo.
El valor de lo anterior es limitado en alcance —muy pocas personas pueden participar— y el nivel de aprendizaje se ve limitado
por el compromiso de la persona y de las instituciones de origen y receptoras.
Sin embargo, se ha iniciado un movimiento
que recluta a grupos de jóvenes
con un avalador adulto para participar
en labores públicas —el esfuerzo cooperativo para mejorar su propia sociedad, centrándose
en problemas reales mediante el diseño
e instrumentación de soluciones reales. Esto se hace a través de la estructuración del análisis social, transfiriendo aptitudes organizativas y
políticas
durante el proceso de resolución de problemas, y estimulando a los jóvenes para
que realicen acciones constructivas durante un determinado periodo.