La educación al votante es tan dependiente de
consideraciones ideológicas subyacentes como cualquier otra forma de educación.
Los educadores tendrán que manejar las diferencias entre los grupos interesados
y el impacto de la ideología dominante en el programa que se esté desarrollando.
Manejar
las diferencias
Es mejor si estas consideraciones ideológicas son
entendidas y explicadas por los educadores. Pero existen limitaciones y muchas
veces los distintos grupos interesados, aunque están de acuerdo en instrumentar
un programa educativo, tienen intereses diferentes en lo que respecta al
alcance que el programa debe tener.
Estas
discrepancias no son necesariamente dañinas. El hecho de que haya
educadores utilizando la oportunidad para estimular a las organizaciones a ser
más democráticas, otros meramente queriendo que el proceso de votación y el día
de las elecciones vayan sobre ruedas y otros tratando de generar confianza
entre los votantes para que en un futuro puedan utilizarla para conducir y
desarrollar otros programas educativos, no quiere decir que ellos no puedan
cooperar, ni que los votantes vayan a estar desinformados.
Sin embargo, hay límites a las posibles divergencias
entre educadores. Ciertamente, si las divergencias son muy grandes, esto
conduciría a incrementar las discrepancias, y en algunos casos, degenerará en
conflictos. Cuando se presenta este vacío ideológico entre los educadores y a
su vez, entre quienes compiten y las autoridades electorales, es pertinente
juzgar qué tanto es posible y qué no lo es.
En su forma más cruda, las distinciones ideológicas se
dan entre la educación que socializa y la educación que genera poder. En la
arena de la educación al votante, esta cruda distinción puede proveer algún
entendimiento sobre las metas de la educación al votante y los potenciales
puntos de conflicto.
Socialización y control sobre las comunidades
La educación electoral puede inculcar la aceptación de un
sistema electoral en particular, motivar a las personas para que se registren y
vayan a votar, capacitarlos para emitir su voto y aceptar el resultado de la
elección. Los puede educar para ignorar o pasar por alto injusticias dentro del
sistema social en donde las elecciones tengan lugar y puede alentar la
aceptación pasiva a una forma de gobierno particular.
De igual forma, la educación cívica puede ser
primordialmente un medio para socializar el que las personas acepten una
cultura política y económica dominante. Esta cultura puede ser democrática,
pero puede formularse una definición de educación cívica que prescriba
completamente la investigación de los supuestos subyacentes de esta cultura.
Por otro lado, la educación puede alentar el
cuestionamiento crítico del sistema político y económico. La educación
electoral busca dar a los participantes una visión de la forma en que los
resultados electorales confieren validez a un grupo de competidores en
particular, así como las implicaciones que este consentimiento tiene sobre la
forma como serán gobernados. Se pueden hacer preguntas sobre la naturaleza de las
elecciones y el significado de los términos "libre y justo" con
relación a un conjunto de circunstancias particulares. A los votantes se les
pueden dar las capacidades necesarias para que escojan entre quienes compiten.
Entre la socialización y el control de las comunidades,
los educadores pueden seleccionar programas donde resulte que los ciudadanos
requieran de su presencia continua; o pueden seleccionar programas que hagan
posible que las personas aprendan posteriormente por sí mismas y se independicen
del educador.
De esta manera los educadores deberán examinar sus
propios motivos y los del programa que están preparando. Deberán considerar no
solamente los resultados de un programa específico, sino también las
metodologías que pretenden utilizar para asegurar que éstas sean consistentes
con sus valores.