Los educadores tendrán que evaluar cuidadosamente todo aquello
que se pueda aprender sobre los niveles de alfabetización y escolaridad de sus electores,
con tanto detalle como sea posible, así como consultar a la información nacional
y regional que les ayude a adaptar sus planes para llegar a los electores que son
funcionalmente iletrados.
Alfabetización
La educación cívica y electoral no puede suponer un determinado
nivel educativo. Aun las sociedades industrializadas y sofisticadas, con altas tasas
de escolaridad, tienen un porcentaje de gente iletrada o semi-iletrada. En el hemisferio
sur, los niveles de analfabetismo que usualmente son reportados de manera
deficiente, van del 10% hasta más del 70% de la población. Estas estadísticas opacan
el hecho de que algunos segmentos de la sociedad pueden tener diferentes grados
de alfabetización.
En Perú el 76% de los analfabetas son mujeres1. Este patrón se repite
a lo largo de la mayoría de los países en desarrollo. Esta discriminación contra
las mujeres muestra el ejemplo más obvio de patrones de analfabetismo que los educares
deberán descubrir. Dentro de los límites de un país, existirán sectores en donde
los niveles educativos son más bajos que en otros, como en las áreas rurales o
remotas. Así mismo, habrá variaciones dentro de estos sectores donde ciertos grupos
de personas, tales como mujeres o ancianos, tendrán niveles más altos de analfabetismo.
Crear programas educativos que se centren en aquellos que
cuentan con cierto nivel educativo, obviamente excluirá a los analfabetas. Crear
programas que incluyan a los analfabetas no necesariamente excluirá a los letrados.
Y crear programas en donde exista un énfasis intencional en los programas de aprendizaje
orales y cooperativos asegurará que tanto letrados como iletrados tengan la oportunidad
de aprender.
Los países que poseen un alto grado educativo gozan de ciertas
ventajas. Pueden hacer uso de la palabra escrita con mayor facilidad. Sin embargo,
en estos países, las personas con menos oportunidades —los jóvenes, las mujeres,
los pobres— pueden no poseer altos niveles educativos. Los educadores tendrán
que evaluar cuánta gente está en capacidad de leer y qué tanto lo comprenden.
Escolaridad
Además de los niveles educativos, los educadores podrían necesitar
considerar los niveles de escolaridad. Obviamente existe una superposición aquí.
Muchas personas aprenden a leer en la escuela. Y aquellas que no aprenden a leer
son quienes frecuentemente no están en capacidad de asistir a la escuela o no permanecen
en ella por mucho tiempo.
Los niveles o años de escolaridad pueden revelar a los educadores
otros aspectos acerca de los niveles educativos. La escolaridad afecta la manera
probable en que las personas comprenderán otros esquemas de educación. Esto determina,
para bien o para mal, la manera como la gente valora el aprendizaje y cuáles métodos
se asocian con mayor facilidad a los programas educativos.
La educación electoral y cívica tiene muchas ventajas, en
cuanto que ésta puede ser conducida como una campaña independiente, fuera del aula
de clases y alejada de los patrones particulares de disciplina, construcción y diseminación
del conocimiento, competencia por la información y el éxito.
Los educadores electorales tienen ventajas en las sociedades
que valoran la educación, en especial la enseñanza de largo plazo. Se benefician
de las culturas en donde la escolaridad motiva la toma de decisiones democráticas
y la autonomía personal. Pueden construir sus programas con mayor facilidad en aquellos
sistemas educativos en los cuales ha habido programas de educación electoral y cívica
como parte del currículum de educación formal e informal.
Entender los patrones establecidos por los sistemas escolares
de un país, proveerá un visión sobre las motivaciones y habilidades de la población
votante. El reciente auge de la educación cívica en el nivel escolar, aún en democracias
de larga tradición, sugiere que la escolaridad tanto tradicional como innovadora
y moderna puede no ser suficiente para preparar los ciudadanos para la democracia,
si no viene acompañada de un currículum preparado especialmente para este propósito.
De ahí que los educadores de adultos no deberán confiar en que los niveles de educación
y escolaridad de la sociedad aseguren la comprensión de las complejidades de la
democracia moderna, incluso si pueden asumir que las personas tendrán la capacidad
de leer los panfletos que explican cómo registrarse, y cuándo y dónde votar. Ciertamente,
no podrán asumir que la escuela inculca la motivación y las habilidades para la
participación pública o cívica. (Ver La relación entre la
educación general y la cívica).
Notas:
1 UNESCO, eAtlas of Literacy